Fotos por Karla Robles y Daniel Zaíd
Palabras por Daniel Zaíd
Cuando Karla y yo decidimos ir a pasar unas semanas en la Ciudad de México nos pusimos en contacto con Nicolás Legorreta, el dueño de la empresa de bolsas para bicicletas llamada Peregrinus Equipment. Nos dijo que vivía en la ciudad, pero que su taller estaba en un pequeño pueblo al oeste a unas dos horas en carro, llamado San Simón el Alto, en el Estado de México, y nos invitó a ir a conocer el taller e hizo tiempo en su agenda para hacer una acampada de una noche. A Nicolás se le ocurrió el plan de manejar a la cima del Volcán Nevado de Toluca y de ahí pedalear de regreso a San Simón el Alto por una serie de caminos de tierra de los que abundan en el área que son usados para la extracción de leña y prevención de incendios o para conectar entre ranchos.
Las muchas curvas en el camino hacia el Nevado hicieron que sintiéramos náuseas; el Nevado de Toluca está a unos 80 km al oeste de la Ciudad de México, y los 4645 metros sobre el nivel del mar en los que se ubica lo hacen la cuarta cima más alta del país.
Después de llegar al estacionamiento cercano a la cima del volcán nos dirigimos hacia el cráter, pero lo que parecía cuestión de una corta caminata se extendió debido a no estar acostumbradxs a la elevación; los pasos lentos y las paradas frecuentes que hacíamos me hicieron sentir en alguna película sobre el Everest, pero con un poco de paciencia alcanzamos la orilla del cráter y pudimos ver los dos lagos dentro de él. Una vez de regreso en el carro, Nicolás y yo cargamos las bolsas sobre nuestras bicis, luego Karla nos tomó una foto y se dirigió de vuelta a San Simón en el carro.
Nicolás y yo empezamos nuestro largo descenso a través de una densa neblina y campos de rosa de las nieves en plena floración. Esta flor, endógena del área, es capaz de resistir vientos fuertes y temperaturas bajas y entra en un estado similar al de la hibernación durante los meses fríos donde parece estar seca, pero vuelve a la vida de nuevo durante el verano. Nicolás nos contó que se dice que esta flor fue usada como muestra de amor eterno debido a su longevidad, y el valor que le agrega el haber tenido que subir a las montañas para obtenerla.
Nicolás es un ávido ciclista de montaña y lo vi descendiendo con fluidez mientras yo me tomé mi tiempo como siempre; pronto estuvimos de vuelta en la línea arbórea y con frenos calientes llegamos al pueblo de Raíces, justo en la base del volcán, donde venden todo tipo de gorros y ropa caliente para la gente que no trajo la suficiente y donde un perro se robó el plátano que Nicolás se estaba comiendo.
Tras dejar Raíces atrás no tomó mucho tiempo para encontrarnos rodeados por un denso bosque. La cantidad de verde a mi alrededor y ver plantas creciendo sobre plantas formaban una escena bastante sorprendente para un ser del desierto como yo; me sentí muy feliz y agradecido de estar donde estaba, y me tomé el tiempo de apreciar a mi cuerpo y mi bici que me trajeron aquí. Llegamos a un pequeño pueblo y dimos vuelta en el camino equivocado pero en vez de volver sobre nuestros pasos decidimos cortar una línea recta de regreso a nuestra ruta, lo cual pronto probó ser un error: caminamos a través de un campo de papas y luego empujamos nuestras bicis sobre una pendiente muy inclinada sólo para volverlas a empujar colina arriba, lo cual fue un calentamiento para el venidero (pero aún desconocido para nosotros) tiempo que pasaríamos empujando nuestras bicis.
A pesar de que en general esta ruta es un largo descenso, la más mínima subida me hacía hiperventilar; la gran mayoría de esta ruta se encuentra por encima de los 3000 msnm y mis pulmones, tan acostumbrados al nivel del mar, estaban trabajando por encima de su capacidad para conseguir oxígeno.
Al final del día mis piernas estaban adoloridas a pesar de lo poco que pedaleamos de subida, y pensé que nunca más querría volver al nivel del mar después de acostumbrarme a esta elevación, si es que algún día lo hago.
Acampamos a 3600 msnm en medio del camino sobre el que íbamos ya que era la única superficie plana a nuestro alrededor, pero Nicolás dijo que estos caminos se utilizan una vez al mes o menos. Una vez dentro de mi bolsa de dormir me envolví los pies con una cobijita sucia que tomé de la cajuela del carro porque no traje ni calcetas ni pantalones, y tuve una noche muy activa de sueños pero el único sueño que recuerdo es que una troca roja venía y teníamos que mover nuestras casas de campaña para dejarla pasar.
Cuando nos despertamos en la mañana una densa niebla estaba alrededor de nosotros, así que acordamos esperar a que el sol saliera y la dispersara un poco; Nicolás se fue de vuelta a dormir y yo pasé el rato dentro de mi casa de campaña con los varios insectos que se habían metido entre mis cosas, ya no tenía sueño pero de todos modos mis manos estaban demasiado frías como para maniobrar la bici de forma segura. Después de que se abrió la niebla montamos nuestras bicis y comenzamos lo que Nicolás prometió sería “todo de bajada desde aquí”, pero como suele pasar cuando se dice esa frase, no lo fue en absoluto. En algún punto nos pasamos de nuestra vuelta y terminamos en el lado opuesto de la colina donde se supone que deberíamos estar. Generalmente suelo tener una pista gpx en mi teléfono pero en este caso dejé que Nicolás se hiciera cargo de todo, así que lo único que me quedaba era seguirlo a donde fuera. En su defensa, hay tantos caminos en esta zona que a veces convergen cuatro o seis de ellos, y después de las lluvias de verano la maleza está crecida, así que es muy fácil perderse. La mitad de nuestro día la pasamos empujando nuestras bicis por senderos angostos y ridículamente inclinados, algunos de ellos terminando abruptamente o siendo tragados por el bosque.
Cerca del mediodía yo estaba atorado en una posición agarrando el manubrio con una mano y el asiento con la otra, mirando al suelo mientras juntaba las fuerzas para dar el siguiente paso en una subida inclinada. Un poco más adelante de mí oigo que Nicolás celebra: “¡Lo encontramos, este es el camino!”. Esa fue la motivación que necesitaba para empujar-frenar-caminar cinco veces más hasta que salí de entre los pinos hacia un camino del ancho de un carro. Qué bien se sintió volver a pedalear después de tanto tiempo de empujar. Después de un rato llegamos a un lugar turístico donde el restaurante estaba cerrado pero una mujer del lugar accedió a encender su estufa y después de devorar tacos de hongo, huevos revueltos y una jarra de limonada sentí como la fuerza regresaba a mi cuerpo.
Mientras nos preparábamos para irnos empezó a caer una ligera llovizna así que me puse mi vieja chamarra de lluvia, la cual me mantuvo seco por quince minutos. La llovizna se convirtió en propiamente lluvia y los caminos sobre los que íbamos se transformaron en arroyos, pero afortunadamente el lodo no era del tipo pegajoso y pudimos mantener un ritmo lento pero constante. Escenas increíbles se presentaban ante mis ojos, tan ajenos a la abundancia de agua, las cuales quisiera haber fotografiado pero mi cámara estaba sepultada bajo tres bolsas para mantenerla a salvo del agua. Un hombre estaba junto a un campo de cultivo sentado en el suelo y cubriéndose con un pequeño pedazo de plástico que sostenía sobre su cabeza con sus manos, y pensé “¿Por qué no se va a casa?”, luego me imaginé que él probablemente pensó lo mismo sobre mí, pero sólo nos dijimos “¡Buenas tardes!” y cada quién siguió con lo suyo.
La lluvia nos dio un pequeño descanso y Nicolás aprovechó para checar la ruta en su teléfono y yo para tomar una de las únicas fotos de esa tarde. De repente nuestro camino desapareció en un campo de pasto y tuvimos que hacer nuestro propio camino pedaleando con la mitad de nuestras ruedas bajo el agua, luego desmonté y caminé con el agua que me llegaba a los muslos hasta que logramos salir del pasto y estar de vuelta en un camino visible. Me sorprendió ver gente continuar con sus actividades a pesar del clima, pero entiendo que la lluvia es un fenómeno diario por aquí y que a diferencia de donde vivo, donde llueve pocos días al año, mojarse no es una excusa para dejar de hacer tus actividades. Nos cruzamos con varios grupos de pastores, generalmente un adulto y uno o dos jóvenes, que cuidaban de sus ovejas con sus sombreros y pies envueltos en plástico.
Después de un largo y rocoso descenso mis manos estaban entumecidas de tanto frenar pero llegamos a un pueblo y un letrero en una escuela me informó que habíamos llegado a San Simón el Alto. Hasta este punto había decidido aceptar la relativa incomodidad en la que me encontraba, pero al enterarme que estábamos cerca de llegar a casa me permití aceptar que me caerían bien ropa seca y una sopa caliente. Cuando llegamos a la casa de Nicolás, Karla salió y preguntó “¿Cómo les fue?” pero no supe como empezar a responderle, luego nos dijo que había hecho sopa de verduras que combinada con un largo baño caliente sirvieron para empezar a asentar las memorias de las últimas horas.
Nota sobre la ruta: tengo grabada la ruta que hicimos pero incluye las veces que nos perdimos, si alguien la quiere así puedo pasársela, o pueden contactar a Nicolás para información sobre la región.
Wow, what an awesome tale!
Muy buena la historia y tremenda odisea entre el bosque, el barro y la lluvia.
Ala, tenquiu next, pero que cabezón diría mi tío Jesús jajajaja. Que machines la imágenes mentales de esta narración, los lagos, la historia de las rosas, la caminata en el agua no manches, consideras que es la top adventure en dificultad? suena bastante hmmm inclemente.