Texto por Daniel Zaíd @perdidoenbici
Fotos por Karla Robles @karlatrobles y Daniel Zaíd
Las migraciones animales responden a la variación de las estaciones del año, con grandes grupos desplazándose según el clima y la disponibilidad de recursos. La vida tiende instintivamente a buscar las condiciones ideales para subsistir y reproducirse: a altitud en las montañas en el verano, a nivel del mar en el invierno; en el hemisferio norte, la lógica indica moverse en dirección al polo norte en el verano, y hacia el ecuador en el invierno. Pero, ¿qué pasa cuando se hace al revés, pasando invierno en el norte, y verano en el sur?
En el caso de las aves, hay un fenómeno identificado como migración inversa: un ave, generalmente de edad joven, toma la dirección opuesta a la migración usual de su especie, y acaba en un lugar con condiciones totalmente distintas y las cuales probablemente le lleven a morir. Se cree que este cambio en la ruta usual es producto de un error en la programación migratoria con la que la mayoría de las aves nacen.
Los dos años pasados hubo una situación (ni hace falta decir cuál) que vino a cambiar el mundo, incluído la migración temporal a la que Karla y yo nos habíamos habituado en los recientes años. Por ello, el verano nos encontró en Hermosillo, nuestra ciudad hogar, conocida por su clima seco y sus altas temperaturas que suelen rebasar los 40 grados centígrados de manera diaria durante meses. Después, nos fuimos a la Ciudad de México los meses de agosto y septiembre, en plena temporada de lluvias, para luego asentarnos temporalmente en el estado de Idaho, en los EEUU, durante el invierno en el cual por casi seis meses el suelo estuvo cubierto de nieve y las temperaturas estuvieron bajo cero. A pesar de estas condiciones, que creo podemos considerar extremas, Karla y yo continuamos rodando, ya fuera para ir a nuestras responsabilidades, o simplemente porque es lo que nos gusta hacer, y cada lugar requirió la adopción de hábitos y elección de equipo particular según las condiciones.
A 40 C en nuestra ciudad hogar
Sobre lo que hago para pedalear en el calor ya he hablado un poco en una publicación anterior. Es en lo que tengo más experiencia, estoy acostumbrado a llegar a donde sea que vaya mojado de sudor, y destruir mis playeras con salitre y sol es mi pasión. Pedalear en el verano, cuando se tiene el privilegio de elegir en qué horario hacerlo, se hace de madrugada, o por la tarde; no es raro salir de casa un domingo a las 3:30 am para ir a una rodada que empieza a las 4 am, y poder volver antes de las horas más fuertes de sol. Esa es la misma hora a la que empezamos a rodar en los viajes que nos atrevemos a hacer en esa época.
Lo que he aprendido: llevar más agua de lo meramente justo, e hidratarse antes, durante, y después de la rodada. Cubrirse del sol y usar bloqueador. Salir muy temprano. Rodar por la tarde también es opción porque baja el sol aunque el calor sigue. En algunas de estas fotos ya pasaban las 6 pm y la temperatura seguía por encima de los 40 grados.
Temporada de lluvias en la Cd. de México
En agosto fuimos a la Cd. de México. No lo sabíamos, y haberlo sabido no nos hubiera hecho cambiar de decisión, pero llegamos en plena época de lluvias, que en esta ciudad significa que llueve diario. La lluvia es tan habitual que son más los días que está nublado que los que hay sol, la gente sabe a qué hora tender su ropa y a qué hora recogerla, y continúan con sus actividades habituales, al contrario de Hermosillo, donde si llueve cancelamos todo de ser posible.
Aquí descubrí que mi vieja chamarra impermeable ya no lo era tanto y sólo me mantenía seco los primeros diez minutos de lluvia; también se volvió importante la impermeabilidad de mis bolsas, cosa que en Sonora me es generalmente indiferente. Cuando salía a rodar, sabía que en algún punto de la ruta nos agarraría la lluvia y volvería mojado a casa. No sólo mojadito, sino empapado, con las yemas de los dedos arrugadas, y todo lo que no estuviera dentro de un contenedor impermeable estaría sumergido. Esta parte es la que menos evidencia fotográfica tiene, y la razón es sencilla: yo suelo rodar con la cámara colgada a la espalda, pero cuando llueve la guardo bajo múltiples capas para evitar que se moje.
Hacia el final de nuestra estancia la lluvia cedió un poco y tuvimos la oportunidad de hacer algunas rutas con los cielos despejados, pero el placer no nos duró mucho, pues teníamos que movernos a nuestro siguiente destino.
Lo que aprendí: tener una chamarra impermeable en buen estado y traerla siempre; llevar un lugar seguro dónde guardar el celular y cosas que no se quieran mojar. Los guardafangos sí sirven y no son sólo adornos.
Un laaaaaargo y frío invierno en Idaho
A principios de noviembre, nuestro globo aerostático tocó tierra en el estado de Idaho, al norte de los EEUU; una semana después cayó la nieve para ya nunca volverse a ir. Y es que aunque no nevara por varios días, el frío hacía que la nieve permaneciera y los días de sol a veces salían contraproducentes, porque lo que se derretía de día, se congelaba de noche y al día siguiente había parches de hielo por los cuales sobra decir es muy peligroso rodar.
El primer cambio fue decirle adiós a las chanclas, y hola a una calceta gruesa con zapato impermeable. Lo que siguió fue tapar toda la piel para protegerla del viento: una primera capa de ropa térmica, luego el pantalón, una combinación de mangas largas para la parte superior del cuerpo, y algo que se volvió elemental para todas mis rodadas: guantes. Conseguí dos pares de distinto grosor, unos delgados que me ponía siempre, y otros mucho más gruesos que eran para cuando hacía más frío, y (casi) siempre llevaba ambos por si acaso.
Debido a que todos los senderos y caminos de terracería estaban bajo la nieve, sólo podíamos rodar por pavimento porque las carreteras las limpian todos los días. A pesar de toda la ropa con la que salíamos, nos dimos cuenta que después de dos horas el cuerpo se empezaba a enfriar y ya no se calentaba, así que ese era el límite de nuestras salidas. También conseguimos un termo donde echábamos café, que nos deteníamos a tomar con frecuencia; esto ayudó mucho a mantener nuestros cuerpos calientitos.
Como debido al frío no sudaba, me tuve que acostumbrar a tomar agua sin el recordatorio del sudor, aunque podía ver el agua que se me escapaba por el aliento en forma de vapor, que por cierto después aterrizaba en mi barba y se me congelaba.
En una ocasión, el día estaba soleado y salí sólo con los guantes delgados a lo que según yo sería una rodadita corta, pero con la emoción me fui yendo un poco más lejos. En un punto decidí regresar, pero el clima cambió repentinamente y pronto me encontré en medio de una nevada. El viento aumentó su fuerza y las manos se me enfriaron al punto que pensé que no traía guantes, pero sí los traía puestos. Me quité el gorro de la cabeza y me lo puse en una mano, y la otra mano la metí dentro de mi bolsa de herramientas. Los dedos me dolían, pero llegó un momento en que el dolor ya no aumentó, así que continué pedaleando a casa, a donde llegué tras una hora y media que se me hizo larguísima.
Puse las manos frente a un calentón, y lo que al principio fue una placentera sensación de calor, se convirtió en un dolor punzante que incrementaba conforme mis dedos volvían a la vida. Nunca me había pasado esto, así que no sabía cuánto más iba a aumentar ni cuánto duraría. Después de unos diez minutos, las agujas que sentía clavadas en mis dedos empezaron a salirse hasta convertirse en un ligero entumecimiento que me duró todavía un par de horas, y me prometí que nunca volvería a pasar por eso.
Lo que aprendí: llevar ropa extra, especialmente guantes, ya que el clima puede cambiar. Contrario a Hermosillo, aquí buscaba salir a mediodía, para aprovechar los rayos de sol. Un termo con una bebida caliente es una excelente idea. El mtb y el gravel quedan cancelados hasta nuevo aviso, sólo habrá ciclismo de carretera.
Se cierra el círculo, y…¿vuelta a empezar?
En mayo, Karla y yo volvimos a Hermosillo y dimos por concluído nuestro año de seguir al mal clima. En los últimos meses, hemos estado en un rango de 70 grados centígrados entre la temperatura más baja y la más alta. En ambos extremos hay un incentivo muy fuerte para no salir a pedalear, pero de quedarme esperando a las condiciones ideales, este año no hubiera rodado casi nada. Si me preguntan cuál de los dos extremos prefiero, creo que elijo el calor, pero por muy poco; la verdad es que estoy bastante cansado de él también, pero el hecho de que los caminos de tierra no estén cubiertos le da muchos puntos. Sin embargo, cuando estoy en el calor no extraño la nieve, y estando en la nieve nunca extrañé el calor, creo que ambos extremos son indeseables pero los enfrento con una actitud de resignación, que intento convertir en aceptación, y prepararme según las condiciones. Dicen que no existe el mal clima, sólo gente con la ropa inadecuada; no sé qué nos espera para el siguiente ciclo, pero lo que venga, al menos estaré mejor preparado.
Andarres.com es un proyecto autogestivo y para mantenerlo nos apoyamos con la venta de playeras, que puedes ver aquí y mandarnos un mensaje por facebook o instagram si deseas apoyar.